Coronavirus, el cambio sobrevenido
Luis González Tamarit
Septiembre 2020
Nota: Este texto fue inicialmente escrito en Junio, pero ante la eventualidad de su publicación en la Revista “Vesus Krisis Foundation”, ha sido revisado tratando de introducir aquellas novedades de relevancia acontecidas entre junio y septiembre. Es decir, desde la finalización oficial del primer embate de la pandemia hasta la situación actual a la que casi nadie llama segunda ola, aunque tenga las características de tal.
“Cada guerra es una destrucción del espíritu humano”. Henry Miller, escritor estadounidense.
There’s no way things can go back to the way they were before — that’s just not realistic at this point,” young student at UCLA. VOA
“No hay forma de que las cosas vuelvan a ser como eran antes, eso no es realista en este momento «, dijo un joven estudiante de la Universidad de California en Los Ángeles. (citado en la VOA)
Algunas cuestiones generales, por lo general conocidas.
Esta pandemia de coronavirus suscita, en todos partes, muchas reflexiones y unos cuantos interrogantes relativos a variados asuntos. ¿cómo surgió, por qué se expandió, qué alcance está teniendo, cuándo y cómo desaparecerá y cuáles serán sus consecuencias de todo tipo cuando haya pasado? También hay gente que piensa: ¿cómo podemos aprovechar esta catástrofe para cambiar las normas que rigen la forma en que funcionan los asuntos que imperan sobre nuestra sociedad, ahora que muchos de ellos han entrado en crísis? Es decir, qué habría qué hacer para modificar este sistema económico, social, político, cultural…que tan injusto es, a tenor de las respuestas sociales a lo que está pasando y diseñar y pasar a otro más justo. Oportunidad mundial sin duda. Pero también, preocupación para otros muchos gobernantes, pensadores, y dirigentes en casi todos los sectores ¿Cómo hacer para volver rápidamente a lo que estábamos haciendo? ¿Es decir, hacer que las cosas vuelvan a ser cómo eran? Sobre todo esto, se trata de reflexionar, con mayor o menor fortuna, en las páginas siguientes. Muchas preguntas que ahí se formulan quedarán sin respuesta, incluso para cuando haya pasado esta situación de cuasi guerra, pero es casi obligatorio plantearlas.
Respecto a su origen resulta claro, por ahora: en la ciudad de Wuhan, China, y parece ser que, a partir de un virus originalmente portado por animales salvajes, murciélagos, luego pangolines y de ahí, por mutaciones, y tal vez por errores en su manipulación científica, pasó al ser humano, el denominado Covid-19 (por el probable año de su origen) Excluyo el bulo de que fue un virus creado para la guerra biológica en algún laboratorio de Wuhan y que por algún fallo de control se escapó infectando a la población local. Pero esta visión tiene sus defensores. Es la versión favorita del presidente Trump y sus más conspicuos partidarios, algunos de los cuales incluso piensan que hubo intencionalidad. Esperemos que algún día nos presenten pruebas fehacientes.
Una vez alcanzado el ser humano, en términos biológicos, el virus tiene asegurada su reproducción y expansión, a costa de las células de las mucosas humanas, sobre todo, especialmente en la zona pulmonar, donde su presencia y su actividad biológica, difícil de combatir, provoca fuertes inflamaciones, como una parte del precio de su reproducción. A partir de ahí, la transmisión fue cuestión de tiempo, muy poco, quedando asegurada su expansión por el mundo. El virus necesitado, por tanto, de hospedaje para su reproducción y expansión, encontró un alojamiento muy adecuado en los humanos, porque no poseían medios naturales para contenerlo o para neutralizarlo, habida cuenta de su novedad. Quedaba así asegurada su existencia durante un tiempo. Después cuando la expansión quede obstaculizada por la inmunización general o la existencia de una vacuna, tal vez desaparezca o pase a una fase de coexistencia con el ser humano.
En cuestión de meses el virus se expandió por este mundo globalizado, y aunque parezca mentira lo hizo viajando sobre todo… ¡en avión! El desconocimiento casi total de su “comportamiento” impidió un combate científico adecuado y aceleró su extensión. Frente a la infección, los humanos sólo podían defenderse mediante medidas de aislamiento y la ingesta de paliativos para los efectos secundarios, pues la vacuna, el remedio más eficaz, aún tardaría mucho en estar disponible. Por tanto, el remedio universal más efectivo ha sido, para las personas ya infectadas, su internamiento hospitalario, hasta la remisión de la enfermedad o en el peor de los casos, el fallecimiento. Para el resto, la medida más extendida ha sido la restricción del contacto, hasta el máximo posible, el confinamiento casi absoluto y la suspensión de todo tipo de actividades humanas que, no siendo básicas, implicaban interacción directa o simple contacto circunstancial grupal. Quedaba formalmente prohibido en la mayoría de los casos, salir, encontrarse, interactuar mediante el contacto físico, el habla directa, la conversación vis a vis e incluso el contacto casual en ámbitos públicos o privados…Todo esto mientras el virus, que ya nos había asaltado, instalándose en la sociedad humana, atacaba sin piedad a sus miembros, sobre todos a los de mayor edad, cuyos sistemas autoinmunes, a pesar de su solera, eran débiles o ya estaban debilitados por otras dolencias previas. En éstos causaban una fuerte infección y en demasiados casos su fallecimiento. Además, con una rapidez y expansión que daban miedo.
Paralización de actividades
Las sociedades, de los países más desarrollados, empezaron, por tanto, a restringir sus formas de relación y sus actividades, esperando a que la epidemia, con carácter ya de pandemia, remitiera. Para cortar la expansión, se prohibió salir a la calle, excepto para practicar, de forma individualizada, las actividades mínimas de supervivencia: comprar alimentos, visitar farmacias y centros médicos y poco más. Se cerraron todos los centros educativos, desde el nivel de la infancia hasta los más avanzados, como las Universidades. También se cerraron los centros de trabajo con algunas excepciones relativas a las consideradas básicas para el mantenimiento de la Sociedad (concepto que se ha ido ampliando bajo la presión de las protestas). La “ruina económica” ha sido señalada por los empresarios de muchos sectores, como una consecuencia sobrevenida con la pandemia. Algunos de los cambios surgidos, tal vez definitivos ya, apuntan al desarrollo del teletrabajo y también la enseñanza “on line”, en casi todos los niveles de la educación, incluida la enseñanza universitaria.
En el resto del mundo, los países económicamente más atrasados, se hacía lo que se podía siguiendo esa pauta.
A partir del mes de junio pareció manifestar una remisión, pero de nuevo, desde el final verano, desde el “ferragosto” podríamos decir, la enfermedad volvió por sus fueros. Al principio poco a poco, luego con una virulencia renovada. De tal forma que, en el momento actual, pocos son los países europeos que no sufren varios miles de contagiados diarios. Tal vez con menos mortalidad que en la “primera ola” de su manifestación, durante la primavera. Debido, tal vez a que los remedios médicos están más preparados que en la primera ola.
Forzadas por las circunstancias, nuestras costumbres están cambiando. Nos vemos obligados a disminuir nuestros contactos cara a cara, hasta el mínimo vital antes señalado. Afortunadamente el asunto nos ha pillado en una época en la que ya estaban muy desarrollados los medios de comunicación digitales, que nos evitan la necesidad absoluta del contacto “vis a vis”. El teléfono móvil, internet y en general el trabajo en línea y la comunicación telemática, nos permiten formas de operar y de trabajar que, hasta hace algunos años, no estaban muy desarrolladas en la práctica, excepto en ciertos sectores
En sociedades como la nuestra, no obstante, resulta que el contacto físico grupal, a todos los niveles: social, cultural, personal… es esencial para la construcción y reproducción como grupo. Por tanto, las nuevas formas suponen, en lo social, tratan de introducir un gran cambio. Casi podríamos decir que brutal.
El resultado de la enfermedad para España
Como primera observación cabe decir que en nuestro caso el resultado está siendo despiadado. Italia y España y en alguna menor medida, Francia, sufrieron un embate fortísimo, con crecimiento exponencial, sobre todo durante el mes de marzo con una ligera atenuación a partir de la segunda semana de abril, pero con oscilaciones de un día para otro. En Alemania, otro país afectado, cuya prensa sigo con frecuencia, la incidencia de las cifras fue inferior, al menos las relativas a la letalidad, a las de sus vecinos europeos, incluida España. Aún no se sabe por qué, pero se avanzan algunas posibles causas: mayor aplicación de los test de detección, lo que permite una localización temprana, y el aislamiento de la población afectada en sitios adecuados (hospitales preparados) mayores recursos de Sanidad Pública…rasgos tal vez de mayor y mejor preparación frente a este tipo de males. El Reino Unido también sufrió una incidencia alta, menor al principio, mayor a partir de abril. Incluso el Primer Ministro cayó enfermo de gravedad.
En el momento actual, en general, casi todos los países europeos están sufriendo un rebrote de los casos. Incluso los más avanzados económicamente los están registrando con mayor o menor fuerza.
Por todo esto, lo que se pueda decir aquí y ahora, son conclusiones muy provisionales. Yo creo que hasta mediados o finales del 2021, no estaremos en condiciones de emitir juicios más definitivos, sobre el cómo y el por qué. Hay que esperar, por consiguiente, para valorar mejor, pues en todas partes los datos se mueven día a día. Las mismas autoridades alemanas indican que hay que ser prudentes y que sus cifras deberían ser inferiores, pero sobre todo que no hay que fiarse de la evolución positiva, pues este es un agente patógeno que nos puede golpear en cualquier descuido. El más mínimo error colectivo lo puede hacer volver con redobladas fuerzas. Esto, que se decía al principio del verano, como una premonición, se ha demostrado cierto casi al final del mismo.
En el mundo había al principio del verano, cerca de cinco millones de enfermos confirmados y no había país, incluidos los desarrollados, que no tuvieran casos en abundancia. Era detectable una fuerte concentración en el Mediterráneo norte y Centroeuropa, que habría que analizar en su momento. Los EE.UU. no sufrían mejor fortuna, con 1,6 millones de casos y cerca de 100.000 fallecidos. Cifras a 26 de mayo de 2020. En este país el caso de los fallecidos superaba muy ampliamente las cotas alcanzadas en la Guerra de Vietnam, que fueron alrededor de 45.000. En EE.UU. además, al igual que en el Reino Unido, con dirigentes que no “se toman” en serio la enfermedad.
Bien, o mejor dicho mal. En el momento actual, mediados de septiembre de 2020, las cifras han sufrido, a nivel mundial, incrementos exponenciales. Más de 30 millones de infectados y cerca de un millón de fallecidos (970.000 fallecidos) e incluso posiblemente superiores, habida cuenta de los divergentes e imperfectos sistemas de recogida de información en muchos países.
En España la situación contra la que no se ha dejado de luchar, denodada aunque un poco desorganizadamente, es dramática. En este momento, mes de septiembre, las cifras indican que se han producido, desde el inicio de la pandemia, más de seiscientos mil infectados y más ya de 30.000 fallecidos. Todas ellos valores muy altas que sitúan a nuestro país entre lo de mayor incidencia de la enfermedad en relación al número de habitantes.
¿Cómo hemos podido llegar aquí, a esta situación? No hay respuestas contrastadas para explicarlo, pero podrían avanzarse algunas hipótesis, tal vez mezclando cuestiones generales con hechos concretos.
Parece que, en este mundo globalizado, constituir una de las primeras potencias mundiales en cuestión de turismo, pasa alguna factura. Más de ochenta millones de personas pasan por aquí al año, con el gigantesco trasiego que eso supone, y con las indudables consecuencias que sobre la salud de las personas pueda tener este hecho; hasta ahora poco reflexionadas. No resulta en vano que otras potencias turísticas, como Francia e Italia, tengan también cifras también muy altas. De hecho, en España los primeros casos contrastados, parece que se manifestaron en ámbitos claramente turísticos. Por lo que a mi opinión respecta creo que este factor, siendo importante no es decisivo, pues si así fuera estos hechos se hubieran manifestado con anterioridad en otras “ocasiones de este tipo”. Otro factor español de “contexto” es el relativo a la tasa de envejecimiento, que es muy elevada, de las más altas del mundo, lo que significa una mayor presencia de población potencialmente susceptible de enfermar con facilidad y gravedad por el Covid-19. Hay quien afirma también que el gusto por la vida “de calle”, favoreciendo el contacto cara a cara y la expansividad de nuestras practicas sociales, son también rasgos que puede favorecer el contagio. Estos son unos hechos generales, de contexto diríamos, pero hay buscar explicaciones más concretas, que estén en la base de la catástrofe.
Señalo la propia debilidad de nuestro sistema sanitario público, una vez establecido el contagio para afrontarlo, e incluso antes, para prevenirlo. Y por supuesto para hacerle un seguimiento mediante rastreo. Un sistema público de salud que ha sido conscientemente debilitado en la última década, por reducción de recursos de todo tipo: presupuestos, centros de atención, profesionales sanitarios, recursos materiales… (luego veremos cifras). No estábamos preparados para un acontecimiento de salud de esa magnitud. Así, cuando la pandemia se presentó, tardamos en detectarla y cuando se aposentó y extendió, nos dimos cuenta de que no disponíamos de medios suficientes para afrontar la situación. No habían test para descubrir a las personas infectadas, ni métodos de detección y seguimiento eficaces, ni camas hospitalarias suficientes, (dos medidas de gran efectividad en Alemania) ni siquiera mascarillas, guantes, batas sanitarias etc. etc. Por supuesto una carencia de efectivos de personal sanitario, apenas centros de investigación…
Habrá tiempo en el futuro, tras la remisión de la pandemia, para analizar y descubrir las causas concretas más probables, que han hecho, pese a la calidad profesional y humana de nuestro personal sanitario de todos los niveles, que nuestra respuesta sea desproporcionada, por negativa, para un país que se supone que es una de las grandes potencias económicas del orbe. Esto no debería volver a ocurrir. Corregir los fallos que se detecten debería ser un objetivo de primer orden y acometerse sin dilación. Pues he de decir que no oigo hablar mucho de este asunto en los medios…
No quiero dejar de mencionar, porque me parece que han influido en el problema, aunque aún no somos capaces de decir en qué proporción, una serie de factores que podríamos llamar relativos a la gestión. El principal es, sin duda, cómo llegó la información sobre la pandemia a España y cómo actuaron nuestras autoridades. Es bien sabido que la enfermedad se produjo en China y que ésta dio, a la OMS, información contradictoria sobre el carácter del mal, su capacidad de contagio y la gravedad del mismo. La OMS, una organización de coordinación, pero poco ejecutiva, se encontró en una situación delicada y tardó más tiempo del necesario en tomar decisiones firmes sobre el coronavirus, dirigidas a aconsejar medidas a otros países. También incurrió en contradicciones a tenor de la información transmitida por las autoridades chinas: poco importante, de limitada expansión, poco duradera…hasta declarar, el 11 de marzo, por fin, al coronavirus como pandemia, ante las evidencias indiscutibles sobre la expansión y profundidad de la enfermedad. Para esa fecha el mal llevaba más de dos meses, que se sepa, afectando a Wuhan y se había extendido ya por varios países. La propia OMS a finales de enero, aun reconociendo el carácter “preocupante” de la situación, no hizo ninguna declaración al respecto que hubiera servido para orientar las decisiones de los gobiernos y eso que la enfermedad ya había salido de China. Esta inacción o demora en tomar decisiones, favoreció la propagación de bulos, rumores y noticias sin fundamento, pero sobre todo favoreció la propagación del virus. Por fin el coronavirus fue considerado como pandemia y los gobiernos “pudieron” tomar medidas al respecto. Entre ellos el nuestro. En España el día 14 de marzo se declaró el estado de alarma, (en Portugal desde el 13) y con sucesivas prórrogas hasta el día 9 de junio. La última declaración por quince días más. En total España estuvo 91 días afectada por medidas generales extraordinarias. Nuestras autoridades, tal vez acatando con demasiado seguidismo las indicaciones de la OMS, perdieron tiempo al principio en tomar decisiones.
Pero eso no fue lo peor. Cuando la enfermedad llegó y se enseñoreó de nuestro país, se escenificó el verdadero drama: no había forma de afrontarla. Lo de que éramos una potencia mundial en materia sanitaria, era un canto de sirena. Tal vez lo fuéramos en relación con otras prevenciones, enfermedades o situaciones, pero frente al Covid-19, en absoluto. Se carecía de conocimiento previo, centros adecuados, personal sanitario suficiente y preparado para esta dolencia nueva, medios de todo tipo…las consecuencias eran fáciles de imaginar. Además, en nuestro caso, las competencias sobre sanidad están transferidas a la CC. AA, quienes son las responsables directas de definir acciones y asignarles los medios adecuados. No es sólo un problema de coordinación técnica, pues, aunque parezca increíble, si la Comunidad Autónoma está gobernada por una facción “dura” del partido de la oposición (caso por ejemplo de la C.A. de Madrid) de ello resulta, con frecuencia, una fuente de disenso y no de consenso: resistencia a aceptar la definición de los datos, a entregarlos tal y como se piden, a transmitirlos en plazo…en fin a dejarse coordinar.
El resultado real es que somos de los primeros países del mundo con mayor número de fallecidos y uno de los primeros en relación a su población total. Una auténtica hecatombe, acentuada también, es posible, por la tardanza en tomar decisiones. Aquí la enfermedad se cebó en varios colectivos: en general, personas de edad, más hombres que mujeres y más pobres que ricos y que sufrieran alguna dolencia respiratoria previa (situación frecuente). La mayoría de los fallecidos eran residentes en la Comunidad de Madrid y provenían de centros de la Tercera Edad, en general menos atendidos de lo que merecían. Este es un hecho general pues más de la mitad de los fallecidos en España eran residentes de centros de la Tercera Edad, abandonados en muchos casos a su suerte en el peor sentido de la palabra, con la Administración Pública, Autonómica sobre todo, mirando para otro lado. También atacó con virulencia al personal sanitario, que sin medios adecuados y sin efectivos suficientes, se enfrentaron a este terrible mal casi con las manos desnudas. En esos colectivos el coronavirus hizo estragos.
Lo ocurrido en los Centros de Tercera Edad merecería un análisis específico, pero podría avanzarse que además de mostrar en su conjunto una concentración de personas, casi sin protección, objeto predilecto de acción del Covid-19, por tanto, ideal para su propagación, ahora se descubren otros rasgos. Me refiero a la situación de casi abandono de muchos residentes, sucios, mal alimentados, sin control médico, en no pocos casos dejados a su suerte en habitaciones sin condiciones… situaciones detectadas en las visitas efectuadas por sanitarios y miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Se trata, en suma, de una situación extrema, que debería ser objeto, una vez fundamentada, de denuncia por comportamiento criminal, contra sus gestores concretos. ¿Sabían ustedes que muchas de estas residencias, privatizadas, forman parte de varios fondos de pensiones internacionales que se presentaron en España al calor de las estrategias de privatización de servicios públicos que auguraban posible rentabilidad? Y naturalmente favorecidos por las autoridades de turno. No hay duda que las residencias, han suministrado efectivos a la propagación sin retorno del coronavirus. La responsabilidad de algunas CC. AA en esta situación, no es ajena a sus obligaciones y debería ser establecida con precisión.
El confinamiento y la Economía.
Volviendo al método preventivo que se nos ordenó: el confinamiento, quedarnos en casa, era una orden difícil de acatar por completo, sobre todo para los jóvenes, cuya probabilidad de ser afectada por el virus era, teóricamente menor, según parecía. También es cierto que la gente fue buscando algunos ligeros subterfugios para dulcificar algo la prohibición, que inicialmente tenía un dogal difícil de cumplir, pues era la negación casi absoluta, del contacto. En mi barrio, por no ir más lejos, las azoteas se convirtieron, para los jóvenes, en espacios de libertad, con actos de relación sustitutorios, frecuentes y de auténtica supervivencia, con numerosos actos de contacto, reuniones, organizadas a la caída de la tarde/noche.
Lo más importante es que esta medida entrañó finalmente un asunto de mayor trascendencia si cabe: la disminución radical de la práctica de salir a trabajar, de circular y de desarrollar actividades de consumo, con excepción de alimentación y algunos servicios básicos: farmacia, bancos, veterinarios…
Como consecuencia, bastantes actividades muy importantes por el empleo y los ingresos que generan, se paralizaron por largo tiempo, como las vinculadas con el turismo, el comercio de esparcimiento, consumo y producción, además del transporte de personas, los deportes masivos…; incluso las festividades más reseñables, se aplazaron o cancelaron. La economía se resintió seriamente. En unas cuantas semanas el empleo sufrió un embate similar a lo que hubiera significado una guerra. Sin ocupación alternativa en la misma proporción, además. Cientos de miles de personas perdieron su ocupación en muy poco tiempo, por el cierre temporal o definitivo de sus centros de trabajo, pequeños en su mayor parte, pero también grandes. Numerosos centros aparentemente de forma transitoria (ERTE), pero… ¿Cuándo volverían? ¿Se mantendrían los negocios a la finalización de este período tan especial? Muchos, con especial referencia a lo que se llama actividades de autónomos, evidentemente no lo hicieron. ¿Serían sustituidos por nuevos tipos de negocios que trabajarían básicamente en el mismo sector que los iban desapareciendo? Pues no fue así, como luego se vió. Hay quien piensa en la posibilidad de que una parte de estas de actividades fueran integradas por las grandes empresas como nuevas áreas de negocio con franquicias “ex profeso”. Esto es más probable que ocurra en relación con la actividad comercial de consumo. Otros opinan que es más difícil que ocurra con la actividad productiva, de servicios o artesanal de pequeña escala. La dificultad de la previsión se ve aumentada por el hecho de la extrema rapidez de la desaparición, que ha sido cuestión de días frente al proceso mucho más lento, de años, de construcción de ese tipo de actividades de pequeña escala, de nivel autónomo en muchos casos.
¿El final de la pesadilla?
El interrogante que nos queda es: ¿qué sucederá a todos los niveles: económicos (empleo) y sociológicos (relaciones sociales) cuando acabe esta pesadilla? Bueno, pero hay una pregunta previa: ¿Cuándo va a acabar todo esto?
En el momento actual, mediados de septiembre de 2020 los datos arrojan una clara incidencia creciente del ritmo de contagios y de hospitalizaciones, tal vez con una tendencia a la estabilización de los fallecimientos. De hecho, hay comunidades autónomas cuyos datos de incidencia son ya más que preocupantes, con la inevitable medida del confinamiento de la población en zonas de su territorio. Por otra parte, las actividades con repercusión económica, también parecen haber entrado en un período de recuperación, con restricciones. Por tanto, de esto ¿puede decirse que se vislumbra el final de la pandemia en nuestro país? En absoluto. Si en algún momento alguien hubiera previsto que, para el verano del 2020, la enfermedad sería prácticamente erradicada, los datos, tozudos ellos, han demostrado lo contrario: registros crecientes del número de infectados, así como, en menos medida, pero también crecimiento del número de fallecidos. En cuanto a la posibilidad de las recaídas ya nos advirtió Fernando Simón, portavoz del Gobierno para este asunto, sobre la necesidad de mantener comportamientos cívicos que no dieran pie a recaídas. Pero éstas, llamémoslas como queramos, se han producido un poco por todas partes, en cuanto se han relajado las medidas de autocontrol impuestas. Parece que el comportamiento de algunos colectivos sociales ha incidido en las recaídas.
Ahora mismo en Europa, todos los gobiernos sufren las manifestaciones de los rebrotes que se están produciendo como consecuencia de la disminución de las prohibiciones de circulación, de celebrar reuniones o encuentros lúdico-festivos…Pero también es verdad que todos los gobiernos (casi todos) parecen haber aprendido de la fase álgida de la pandemia y toman medidas más adecuadas a la nueva situación de rebrote.
Las diversas consecuencias de la pandemia.
Tal vez la pregunta que muchos nos hacemos es: cuando esto pase o se suavice, porque estemos inmunizados por contagio, por la vacuna o por desaparición del virus (ya ocurrió en la gripe de 1918) … ¿Volveremos a hacer o a ser lo de antes? Hay mucho debate sobre si esta forma de Capitalismo decrépito, adornado con atributos de globalización, o dicho de otra manera: si en el marco de este Capitalismo caduco globalizado, los que lo rigen en todo el mundo serán capaces de inventar nuevas fórmulas para renacer de las cenizas. No debería extrañarnos esta opción, que también pienso que incorporaría recetas y modos de hacer heredadas de lo anterior. Ya ha ocurrido varias veces a lo largo de la Historia, aunque también es verdad que esta vez la causa de su crisis parece de otro tipo, no es consecuencia de una amplia guerra ni de aprietos económico-financieros causados por la lógica del sistema, sino por un virus que lo ha minado todo, destruyendo personas, ideas, actividades públicas y privadas, y mercancías (que han dejado de tener demanda o que carecen de sentido). Parece que no es posible desligar las contradicciones lógicas del funcionamiento del sistema, en términos sociales, sanitarios, comerciales, incluso alimentarios, y de relación con la naturaleza, con esta pandemia que algunos consideran como una crisis casi global. Y sin embargo mucha gente, en casi todo el mundo, parece que aspira a “volver a lo anterior” como solución. Piensan que esto del coronavirus ha sido un accidente, sólo eso. Una vez “superado” … a remar otra vez.
En el concreto caso español, el sistema económico, social y político en que se basaba nuestro pretendido desarrollo, haciéndonos una “potencia mundial”, sobre todo en sombrillas y chiringuitos de playa, tenía sus cimientos en el barro, eran inconsistentes en muchos casos y ahora con la temporada turística casi finalizada, todo parece haberse venido abajo. Sin consistencia no hay posibilidad de resistir cualquier embate medio serio y tampoco hay posibilidad de autodefinir respuestas duraderas y equilibradas de salida frente a las consecuencias de todo tipo que ha generado la crisis. Sobre barro crecimos y parece que sobre esa base ya no es posible resistir ni siquiera redefinirse y volver a progresar ¿Es un mal nuestro o general? A nosotros nos está afectando como una mortífera epidemia, social y económica. Habida cuenta de cuales han sido nuestras actividades favoritas, tenemos pocas posibilidades de contraatacar con “más de lo mismo”.
No deja de ser algo sorprendente que mientras en nuestro país los gestores de esas actividades nacionales ejercen presión sobre el gobierno para que autorice la vuelta a las mismas cuanto antes, las grandes empresas del sector automovilístico o del sector del metal amenazan con cierres y traslado de la producción a otros países (casos de Nissan, Ford, Alcoa…) Parece como si las grandes empresas sí supieran cómo salir de esta crisis y las mentes lúcidas de este país no se les ocurriera plantear ninguna alternativa a nuestro dominio mundial del bar de playa (en temporada).
Desmontar la lógica del sistema es hacerlo desaparecer. Pero ese desmontaje sólo puede hacerse si le oponemos otra forma de pensar y de producir, que constituya una alternativa real. ¿Estamos en condiciones de hacerlo? Parece que no, y menos con el carácter masivo y ubicuo necesario para cambiar de verdad las cosas. Incluso con la indudable ayuda de esta pandemia sobrevenida. Porque los cambios globales no están basados en decisiones únicas, concretas, sino que son el resultado de procesos más o menos largos, que tienen lugar a partir de muchos cambios de diferente escala, con frecuencia difíciles de identificar. Ahora mismo, no estamos en condiciones de definir una alternativa. Esperemos un poco a ver si es posible. Mucha gente que se dedica a pensar sobre el carácter de esta crisis, afirma que nada será ya como fue antes, pero no sabemos con exactitud a qué se refieren. ¿Será que por fin la alternativa ha surgido o va a surgir en el marco de esta crisis? ¿Cómo respuesta de “la gente” o como respuesta de los que gobiernan el sistema?
En estas situaciones de cambios históricos, con frecuencia nuestros deseos van por delante de nuestra capacidad de definirlos y ejecutarlos. Pero algo hay que hacer. Si no lo intentamos la cosa se pondrá fea, pero, por otra parte, construir la alternativa, que debe ser no sólo en términos económicos sino también, sociales, culturales, y morales, muy diversos y complejos, también, nos exige una claridad de ideas y el esfuerzo y la voluntad de dar pasos firmes, no ya para elaborar una alternativa teórica, sino para llevarla a la práctica. Una respuesta de dimensiones más humanas, en lo fundamental, y menos “económicas sin más”. Los gobiernos, en general, no van a apoyar la elaboración de una alternativa global, pues en general también, representan los intereses, económicos, sobre todo, del sistema en crisis. Piensan que lo que está ocurriendo es un efecto del sistema no querido, cierto, pero accidental. Sólo hay que indagar las causas, aplicar los remedios y vuelta a correr. Frente a esa conjunción de intereses de poder y economía, los ciudadanos aún tenemos que trabajar mucho para elaborar algo que constituya una alternativa mínimamente viable. En términos realistas, la pugna probablemente será entre un sistema reconstruido (remendado) y (me gustaría) los intentos prácticos de construir un sistema realmente alternativo. Probablemente el sistema cambie o diga que va a cambiar algunas cosas (lo accesorio) para que lo fundamental (quien decide lo qué se hace) permanezca ¿Será la pandemia del coronavirus y sus consecuencias, ese proceso histórico, revolucionario que entierre lo viejo y ayude a emerger lo nuevo?
Hay una paradoja que me resulta evidente. Ahí va. Mientras muchos “empresarios” de este país claman a diario porque se facilite el acceso del público a sus productos: cervecita, tapas, chiringos de playa y cosas similares, y algunos teóricos del Gobierno e independientes como yo, reflexionan y debaten alternativas a la actual forma de producir, las empresas capitalistas de verdad, como Nissan, Ford o Alcoa se mueven para ampliar sus beneficios, yéndose a otros lugares o amagando hacerlo para obtener más ayudas públicas. Esa ha sido, es y será su respuesta, antes, durante y después del coronavirus. Espero que no sea porque lo suyo sea inmanente y lo nuestro trascendente.
Citando e interpretando a Aristóteles, podríamos decir que hay dos tipos de situaciones “revolucionarias”: unas que constituyen un cambio, por lo general rápido y completo y en el que se pasa de una situación a otra totalmente diferente y otras, que suponen la modificación, tal vez más gradual, tal vez más “posibilista”, de los supuestos en que se basa una situación para pasar a otra diferente. En ambos casos nos referimos a cambios profundos.
¿Cuál de los dos tipos triunfará? Esta pregunta para los que reflexionamos por nuestra cuenta, sin el patrocinio de ninguna casa comercial, no tiene, una respuesta fácil, como he dicho. Sobre todo, porque somos un país tan bestia, tan al margen de la Historia, que mientras la mayoría hacemos por salir de esta crisis, hay minorías que planifican acciones para que nuestro futuro inmediato circule por cauces más afines a sus intereses (normal, oye) aunque eso sea un evidente más de lo mismo. No obstante, volviendo a la pregunta, en principio en las páginas que siguen, reflexionaremos más por la segunda solución, adopción de cambios, de modificaciones más o menos graduales, que impliquen el paso de un sistema a otro. Vaya por delante una observación que, aunque parezca sorprendente, reflexionar en esa clave nos puede ayudar a comprender las dimensiones del fenómeno y a evaluar sus consecuencias a muchos niveles. Podríamos decir que la actual pandemia tiene una dimensión y unas consecuencias que se parecen bastante a los de una guerra. Sobrevenida en un tiempo rápido, para la no estábamos preparados, cuyas consecuencias tienen una gran dimensión y que nos afecta a gran escala, sin saber muy bien como derrotar a la causa de la misma, al enemigo, el covid-19, pero manteniendo muchos discursos sobre “lo que hay que hacer”. Para ayudar a salir de una situación, un acontecimiento tan global como éste, que nos ha afecta tan profundamente a tantos ciudadanos y en tantos dominios, puede resultar orientador definir opciones diferentes, algunas que se están produciendo, otras que se demandan e incluso algunas que se vislumbran.
Muchos imaginamos que los cambios que se han producido, en todos los sectores como el teletrabajo, la enseñanza masiva a distancia, la modificación de las formas de consumo, el empleo del tiempo en situación de confinamiento, la implantación de la compra “en línea” a gran escala, incluso el cambio en la localización de nuestras residencias, la creación de normas sanitarias de aplicación obligada, las decisiones político-económicas para luchar contra la desigualdad económica, social y laboral, e incluso el reconocimiento de la diversidad social (κοινωνική πολυμορφία kinoniké polimorfía), no tienen marcha atrás. Pero hay que ser más precisos. Analizar estos “avances” más de cerca. Así, en relación con el teletrabajo habría que examinar, como se ha dicho antes, las circunstancias que lo hacen posible, su actual impulso (al margen de la pandemia) y las consecuencias que su implantación tiene sobre la forma de organizarnos, personal, social, familiar y territorialmente y las consecuencias sobre la propia sociedad y su territorio. A modo de muestra se indica que el desarrollo del teletrabajo está impulsando, en casos puntuales y en determinados territorios, la recuperación del patrimonio rural residencial, muy abandonado. Y lo está haciendo merced a la adquisición de inmuebles de ese tipo, por teletrabajadores que se trasladan de las ciudades al campo, pues el desarrollo de las redes informáticas ofrece esa posibilidad. Este es un asunto que había que investigar y ver cuanto tienen de aprovechable para recuperar el territorio abandonado.
Los cambios históricos en el actual sistema han ido acompañados siempre, unas veces como causa, otras como consecuencias, de avances tecnológicos sin precedentes, pero parece que los detonantes más directos han sido los conflictos, entre sectores sociales, que con frecuencia han tenido una dimensión de índole militar, que han permitido a unas determinadas facciones imponerse a otras, incluso por la fuerza de las armas, por el ejercicio pleno y clásico del Poder, vamos. Si repasamos la historia del Capitalismo como sistema financiero, económico y social, veremos que los conflictos están en su origen y a lo largo de su historia y que, con frecuencia como resultado de alguno de ellos, se ha impuesto una determinada fracción social y/o nacional que, una vez resuelto el conflicto, ha aplicado en su favor los avances tecnológicos y ha impuesto su hegemonía política, económica, social e incluso cultural. Durante los años cuarenta la oligarquía angloamericana barrió del mapa a la alemana y japonesa, con el apoyo imprescindible de sus clases trabajadoras y la alianza de la sociedad soviética. En el caso actual, los cambios no son resultado de un conflicto militar, al menos hasta el momento. Aun siendo muy difícil identificar los aspectos que habrán cambiado para siempre, pues esta coyuntura biológica dista mucho de haber finalizado, podrían avanzarse algunas mutaciones por relación no sólo a lo que se observa ahora, sino por relación a lo que ha pasado antes y después de otras crisis globales. Veamos.
Cambios sobrevenidos y cambios posibles.
Por lo que se refiere a las condiciones económicas, este sistema que nos domina, o mejor sus conspicuos representantes, tratarán de restaurar las actividades que han sufrido un desplome, si es necesario dando más vueltas de rosca a las condiciones de todo tipo (técnicas, humanas, políticas, sociales, culturales…) dirigidas a recuperar lo antes posible sus expectativas de rentabilidad, acrecidas si es posible, y sus prácticas económico-financieras, asegurando de nuevo su implantación; y esto no excluye la redefinición de las leyes y prácticas que las rigen. Creo que esto lo harán probablemente ignorando, si no aplazando, en el mejor de los casos, las condiciones medioambientales o sociales. Pero visto lo visto y considerando que hay miles de muertos de por medio, necesitarán un discurso justificativo, ideológico, que en muchos casos antes ni se requería, pues el concepto de “progreso” lo amparaba todo.
¿Por qué renunciar a la premisa de más negocios y más rentabilidad, hasta el límite de lo posible? Siempre ha sido así en las últimas “revoluciones”. Frente a esto, puede que se encuentren con una población más empobrecida, a la que habrá que crear el fantasma de nuevas necesidades, rentabilizando su satisfacción. El papel de los medios telemáticos o electrónicos en la definición de esas necesidades y en su “satisfacción”, será determinante. En la producción y en el consumo. Los aparatos de Estado, la mayoría estarán a lo que les digan los poderosos, si nosotros con nuestra lucha no somos capaces de “retorcerles el brazo”.
En nuestro país, desde el punto de vista laboral y en ausencia de actores que pugnen por el cambio global o incluso a menor escala por acuerdos globales sobre las cuestiones concretas, como, por ejemplo, sobre las condiciones de la mano de obra, muy endurecidas después de la crisis del 2007/08, estos acuerdos serán muy difíciles de alcanzar en la práctica por la gran división de las fuerzas políticas, sociales y económicas. Por tanto cabe temer que la recuperación se entienda como un incremento del trabajo basura, presencial o a distancia ( muy desarrollado), mal pagado, con horarios inhumanos ( sin horarios vamos) que está siendo ensayando con la práctica del teletrabajo, cada vez más extendido, en condiciones absolutamente precarias, migajas “repartidas” entre un auténtico ejército de reserva a la espera de ocupar las miserables plazas que se van creando en “ese mercado desestructurado y deslocalizado de trabajo”. El actual teletrabajo tiene un evidente inconveniente cuando se practica en el propio hogar, interfiriendo de forma negativa la vida familiar. Probablemente sea una de las formas más extremas de explotación. En cualquier caso, habrá empresas que preferirán acudir, después de superar el temor a la innovación, a la fórmula del teletrabajo frente a la forma presencial, pues así se pueden externalizar, hacia el trabajador, parte de los costes para asegurar mayores tasas de ganancia y obtener un coste final más reducido en lo que se produzca o gestione. O dicho de otra forma, si se externaliza ese coste, se obtendrán mayores beneficios para los rectores de la empresa. No deja de ser una situación probable, la del aprovechamiento de las condiciones sociales de la postcrisis, por parte del Capital y sus más preclaros componentes: empresarios, bancarios, poderes políticos, medios de comunicación…para generar plusvalías al más bajo coste posible. Esperemos que las instituciones que defienden a las clases trabajadoras y la ciudadanía en general en términos políticos, sociales, culturales e incluso ecológicos, sepan reaccionar frente a la estrategia seguidita. El resultado, la salida, desde el punto de vista exclusivo del sistema, no es nuevo en la Historia. Nuevos negocios controlados por los mismos o por sus “primos hermanos”. Ha pasado ya muchas veces. Piénsese en los períodos de “progreso material” que han seguido a conocidos acontecimientos de ámbito mundial: Grandes guerras, crisis económicas mundiales, caída de sistemas políticos y económicos…
Creo que, frente a este tipo de solución, por completo continuista, los poderes políticos más progresistas, (partidos de izquierda y aledaños, sindicatos, pensadores, líderes sociales, organizaciones ecologistas, instituciones públicas y privadas concienciadas con las condiciones económicas, laborales y sociales…) deberían oponerse a ella y trabajar por una alternativa proactiva, integradora y transversal, en el marco de una diversidad reconocida. Si no fuera posible, la suerte estará echada. Seguro que nos quedan por delante décadas de lucha por recuperar condiciones perdidas con esta catástrofe social y económica, de base biológica. En el marco de esa lucha es donde se debería construir una alternativa global. Se debería empezar por una decidida acción de gobierno, en los términos que he dicho antes; apoyada, en este momento, por las fuerzas que ahora ejercen la gobernación del país, y con el sostén decidido de sus aliados, en todos los campos de la realidad social: económico, cultural, social…
Algunas consecuencias reseñables de esta crisis.
Dejemos al margen estas previsiones, casi ensoñaciones necesarias, y centrémonos en algunos aspectos concretos, que puedan observarse casi a simple vista. A poco que queramos ver, diríamos que parece como si esta crisis estuviera provocando una cierta relativización de las ideas y las creencias sociales de mayor longitud de onda frente a los asuntos más cotidianos y de estricta supervivencia. Esto es observable, en el mayor interés por las cuestiones domésticas, reequilibrando, necesariamente hacia este dominio el polo casa – mundo exterior o social o como se le quiera llamar. En el pasado las revoluciones se hicieron en la calle. En estos momentos, con la reclusión, se dedican muchas horas a arreglar, reparar, colocar, recolocar y acciones similares (un nuevo y presumible nuevo campo de negocio) dedicadas a la propia vivienda. Pero también, esperemos que esté siendo así, a leer, escribir, ver cine y debatir y contactar de forma digital.… Se trata también de hacer más agradable, sentir como más propia la “guarida” en la que estamos refugiados. El mundo exterior se percibe como agresivo, peligroso, rechazable. Si hasta los propios gobiernos nos lo recuerdan de continuo: “Quédate en casa”
¿Será que a partir de ahora esos cambios profundos de la realidad que hemos llamado revoluciones se producirán sobre todo en el seno de nuestros hogares y no tanto en las calles? Es curioso que sólo sale a la calle a protestar la extrema derecha, los que no quieren que las cosas cambien a favor de los desheredados. En un razonamiento más próximo, parece como si el obligado distanciamiento al que nos obligan y el miedo que le sirve de alimento, tal vez estén provocando, esa especie de huida, de alejamiento de los otros, evitando los encuentros, prohibidos, además. En fin, son actitudes obligadas por las circunstancias, pero que tal vez nos van a exigir, llegado el caso, modular de nuevo nuestra actitud, relacional, sobre todo, hacia los demás, que ahora está siendo puramente de negación, pero a la que tendremos que redefinir más adelante, con sus elementos positivos, tal vez con nuevos elementos, para asegurar un progreso de nuevo cuño, que asegure un grado de supervivencia. Reconstruir la forma de relacionarnos para sobrevivir y para cambiar las cosas ¿por qué no?
A estas observaciones podríamos añadir otras. Entre ellas, no demos olvidar el hecho substancial, referido al posible cambio en las pautas relacionales que en nuestra cultura de por aquí, han sido variadas y muy amplias y directas. Pero eso sí, siempre en un ámbito más o menos preciso de clase. ¿Vamos a ser a partir de ahora un pueblo con una cultura menos expansiva? ¿vamos a establecer límites a nuestras relaciones exteriores, de “open air”? Es posible que sí, pero pienso que sólo al principio. Lo más probable es que busquen su camino a partir de las existentes antes del confinamiento, una vez pasado un tiempo prudencial. No obstante, sería de desear, en un aspecto menor tal vez, que algunas prácticas sanitarias actuales se mantuvieran, entrando a formar parte de lo cotidiano. Me refiero al lavado de manos, al uso de mascarillas al saberse portadores de algún mal, siquiera leve, tipo resfriado, gripe… que evitaran la transmisión por contacto directa. Así estaríamos mejor preparados para una más que posible aparición de otra nueva epidemia transmisible en el futuro.
Por otra parte, y respecto a aspectos no queridos del confinamiento, algunos sicólogos y psiquiatras nos hacen llegar una previsión de gran hondura, relativa a la posibilidad de la emergencia de dolencias o patologías de tipo psíquico, potenciadas, cuando no creadas, en el marco del confinamiento: depresiones, temores, angustias… Habrá que estar atentos y considerarlas, si así se producen, como una secuela del encierro y aplicarles su necesario tratamiento.
He escuchado también, curiosamente, que se están desarrollando mucho las prácticas de compra “on line”, sobre todo en la alimentación y restauración. No es que no existieran antes, pero se practicaban de forma muy acotada. Sobre esa base se han creado fórmulas ingeniosas de tipo venta anticipada y consumo aplazado. Creo que estas prácticas tal vez disminuyan en la época “ex post”, pero podría considerarse que no desaparecerán y que mantendrán una presencia muy superior al “ex ante”, pues como dije, son posibles nuevas áreas de negocio.
Para la mayoría de la gente, el gran reto es seguir viviendo después. Asumir cambios, aceptar nuevas pautas, encontrar nuevos trabajos…Adaptarnos, en suma, intelectual y operativamente, a nuevas circunstancias, para las que posiblemente habrá que crear hábitos, costumbres, que ahora no existen e incorporar al pensamiento y al lenguaje común, algunos de sus aspectos básicos. Asumir cambios, en suma.
El caso de Japón.
Volviendo a las reflexiones sobre el asunto de la pandemia, muchos expertos indican el caso de Japón. Este país, pese a estar geográficamente en el área del coronavirus, mantenía tasas de contagio más reducidas que sus vecinos como China o Corea. Del Sur, porque del Norte nadie sabe nada, aunque por la proximidad debe estar afectado. De hecho, se sabe que China está ayudando ahora a Corea el Norte.
Los medios nos comunican que Japón, pese a estas acendradas prácticas sociales de respeto y alejamiento del prójimo, y a la vista de los malos resultados relativos de su lucha contra el coronavirus, especialmente en Tokio y su altísima densidad de contactos, tuvo que declarar el estado de alerta de forma similar a otros países. Es decir, pasando de una situación preventiva a partir de una actitud general de la población, que trataba de contener la expansión, a otra situación de combate frontal contra el virus con medidas más duras dirigidas al cese de actividades no básicas para la supervivencia de la población, suspensión de fiestas y encuentros públicos y confinamiento de los habitantes en sus casas por un período de varios meses. Siendo esto así, nos inclinaríamos por pensar que, en esta situación epidemiológica, las prácticas sociales tradicionales del tipo mencionado, no parece que resulten suficientes y se ha hecho preciso declarar contra el nuevo virus, una guerra casi en términos clásicos. Indicaban los epidemiólogos, que, en esa menor incidencia inicial del contagio en Japón, con valores bajos, influían las prácticas sociales autoimpuestas de aislamiento. La población, en caso de saberse portadora de algún mal que se transmite por contacto directo, se autoimponía medidas de aislamiento en sus casas, además del uso de mascarillas, la evitación de contacto físico, como sustituir dar la mano por otras fórmulas de saludo y reconocimiento, manteniéndose algo alejado de los otros cuando la presencia física es inevitable…Pese a todo, como digo, pese a las bajas cifras iniciales de contacto, estas fórmulas más tradicionales no han resultado tan eficaces ante, valga la redundancia, la virulencia de transmisión de este virus, que terminó por expandirse y ha habido que tomar medidas más activas, de confinamiento, como tantos otros países.
Pese a ese aparente fracaso relativo, ojalá adquiriésemos estos hábitos después de esta pandemia. Habría condiciones de partida que harían más viable enfrentarse en el futuro a circunstancias similares, que no podemos excluir por completo. Para ello tendrían las autoridades sanitarias y los educadores que insistir mucho, para convertir estas salutíferas prácticas, en una costumbre implantada.
Lo Público versus lo Privado
Un asunto de interés, sobre el que creo que habrá que debatir, sin duda, es el relativo al equilibrio entre lo público y lo privado, con especial referencia a servicios universales fundamentales: educación, sanidad, transporte local, alimentación, atención social…incluso ingreso mínimo vital o renta básica. Muchas de las carencias puestas al descubierto en esta pandemia, dejan en entredicho la insuficiente presencia pública en algunos de estos servicios, sobre todo la sanidad o la atención social a nuestros mayores. Pero también en el marco de ese debate, público versus privado, insoslayable, surgen otras necesidades cuya resolución deberían tener la oportunidad de ser también debatidas. Me refiero a la de asegurar a la población más necesitada, en circunstancias extremas, una renta mínima, que permita pura y simplemente la supervivencia. Un concepto que no tiene por qué estar técnicamente vinculado a los servicios básicos universales como la enseñanza, la sanidad, la alimentación, la vivienda…pero sí directamente influido por crisis generales del tipo que vivimos ahora.
Para no cargar demasiado el debate y tratar de resolver el problema con perspectivas acomodadas a las necesidades materiales, profesionales, de cada prestación, pero con una visión transversal, sería conveniente empezar con aquel servicio más directamente vinculado con una característica general de la población, el estado de salud de la población, la Sanidad. En nuestro país la expectativa de resolver esta cuestión en el marco de lo público, empezó a entrar en crisis y a implantarse fórmulas que preferían una visión desde lo privado, con la llegada al poder de los partidos de derecha, tanto en la Administración del Estado como en las CC.AA.. En algunas de ellas (p.e, Madrid) el avance de lo privado fue espectacular. Muchos expertos indican que las deficiencias puestas en evidencia con la pandemia actual, tienen que ver con el déficit de medios de todo tipo, personal formado, espacios sanitarios adecuados, equipamiento básico individual…asuntos que disminuyeron su peso en los presupuestos públicos, pero que la gestión privada no podía asumir en la misma proporción, so pena de afectar a la expectativa de beneficio económico. El desinterés por parte de la gestión privada parece que pretendía garantizar algún nivel de rentabilidad a los inversores en ese sector, única posibilidad de captar recursos. Al mismo tiempo, la disminución de su peso en los presupuestos públicos se basaba en la obsesión de algunas formaciones políticas por la disminución de la carga fiscal general y particular de los segmentos medios y de ingresos más altos. Esta obsesión nunca ha considerado, con seriedad, cual es el coste económico de la resolución real de los problemas generales de una sociedad avanzada, a la que tampoco se quería renunciar. El coronavirus lo ha puesto en evidencia. ¿Lo comprenderán? Por sus continuas manifestaciones durante la crisis, es dudoso, pues su prioridad es contributiva, impositiva y en absoluta distributiva.
Por efectuar alguna aportación a este debate, podría decirse que lo público parece ahora destinado a la población con menor nivel de renta y lo privado a los estratos de población con ingresos medios o altos. Esta dicotomía no da respuestas a las situaciones de emergencia que afectan a toda la población, que deben ser abordadas, cuando aparecen, necesariamente desde lo público. Pero puede ocurrir, como ha sido el caso en nuestro país, que no se dispongan de medios suficientes.
Hay hechos que son incuestionables. Si se dedicara a la “inversión” en Sanidad Pública lo que ésta precisa, de acuerdo con estándares europeos, es casi seguro que sus niveles administrativos, de atención y de solución a las enfermedades, mejorarían. Probablemente desaparecerían o disminuirían los largos tiempos de espera, que para los administrados es casi la falla mayor y mejorarían las instalaciones, otra queja frecuente de la población y de los propios profesionales, cuyo número y preparación aumentaría. La calidad de sus integrantes se afianzaría con programas específicos y continuos de formación, con la garantía claro está, de su desempeño en el campo de lo público. Mejoraría sin duda la investigación, lo que es también un valladar frente a la enfermedad. No hay que olvidar la mejora de las retribuciones del personal sanitario, y el refuerzo de su prestigio social. También habría que afrontar una mejor delimitación del ejercicio público y privado, donde ha sido tolerado cierto nivel de mezcla, de “promiscuidad laboral”, compensatoria de las diferencias retributivas de uno y otro sector. La consecuencia, en opinión de quien esto suscribe, es que se produciría un mejor resultado en el tratamiento de la enfermedad, en general.
No hay que discutir mucho sobre este hecho. No hay más que fijarse en lo que nuestro país dedica inversión en Sanidad y compararlo con lo que dedican nuestros vecinos europeos. En el año 2017, y según datos oficiales del Gobierno Español, España dedicaba a Gastos de Sanidad en los Presupuestos públicos una cantidad equivalente al 6,4% del PIB. Por delante de España estaban nueve países de la Unión Europea, desde Alemania con el 9,5 % hasta Italia con el 6,5%. Pero también Austria, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Finlandia, Francia, Reino Unido y Suecia.
Puede que este sea un debate complejo, pero que no debe rehuirse, con el objetivo de tomar decisiones que modifiquen, para mejorar y para todos, en muchos aspectos, las condiciones actuales de la Sanidad Pública, incluyendo un reajuste más equilibrado de sus contenidos En la Sanidad Pública, los expertos afirman que ha influido en su estado actual, el trasvase de competencias, prácticas y recursos del sector público al privado. En ese transvase se incluyen la modificación de las condiciones del ejercicio profesional. Y también ese debate se hace necesario para discutir el actual ideologema, que indica que lo público es caro e ineficaz y lo privado funciona mejor, ocultando eso sí que es un buen campo de negocio a costa de las necesidades sociales básicas, que son siempre asignadas a lo público.
Lo mismo podríamos decir de la atención social. Me refiero sobre todo a las personas mayores alojadas en demasiados casos en, por así decir, residencias para la Tercera Edad. A tenor de los datos de infestación y de fallecimiento, así como las situaciones de abandono puro y simple, tenemos un serio problema, cuya corrección, estoy convencido, debe hacerse con fuerte presencia de lo público en ese dominio. En cualquier caso, creo que en este campo también es pertinente el debate público/ privado.
La actual pandemia, nos ha traído no sólo la discusión relativa a la cuestión técnica de cómo organizar las competencias sobre la gestión de la Sanidad entre los diferentes niveles de la Administración Pública. Sobre todo, nos ha puesto en evidencia cómo enfrenta la salud pública un país, a través de qué ideas o conceptos, con que prioridades, con qué recursos y de qué forma práctica la organiza.
Las consecuencias a nivel del trabajo
En fin, este tipo de debates, aplicados a sectores de la realidad social como los mencionados, deben hacerse para tratar de llegar a conclusiones que permitan acciones de corrección operativas (que se puedan aplicar). Y están cobrando actualidad, por decirlo con palabras suaves. A modo de ejemplo surge una cuestión muy relevante. Una de las terribles consecuencias de la pandemia actual, es el cierre de numerosas actividades y la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo, muchos de los cuales no volverán nunca, por lógica empresarial. Esto pone sobre el tapete un asunto del que se hablaba antes, pero de forma recatada, con sordina por así decir y que ahora nos ha estallado en las manos. Esto además de la obligación que tenemos de analizar en profundidad la legislación laboral Aquí me refiero a ¿Cómo garantizar una supervivencia, aunque sea con recursos mínimos, a esos cientos de miles de personas y sus familias? No hay otra posibilidad que las ayudas del Estado, durante un tiempo, bajo la modalidad de subsidio o préstamos, ya se verá…La fórmula de la renta mínima o básica, mientras se mantengan esas condiciones, es una salida hasta que mejoren las condiciones laborales y bajo estricto control de la Administración. La tienen muchos países europeos. Incluso en los EE.UU. de Trump la han puesto en práctica. Es otro ejemplo más de debates insospechados, que no parecían urgentes y que ahora hay que resolver en un plazo perentorio. Podríamos decir que esta renta adquiere el carácter casi de en un servicio básico, como los mencionados antes, aunque conceptualmente sea otra cosa. Pero, por otra parte, este tipo de ayuda, siendo necesaria, no puede ocultar el debate sobre qué tipo de trabajo hay que diseñar y ayudar a implantar en nuestra sociedad para que todos los ciudadanos puedan tener la oportunidad de ganarse la vida, desarrollando actividades, de base laboral y económica, de reconocido interés para la sociedad.
¿Redefinición de la Democracia?
Un asunto del mayor interés para quien escribe este texto, se refiere al debate sobre la forma de sistema político que posiblemente surgirá tras este período tan excepcional. Me refiero al hecho de si después de esta situación, el tipo de Democracia que nos conviene, va a ser igual que la actual o va a producirse con modificaciones relevantes en sus contenidos y prácticas.
Vaya por delante que el coronavirus no es un asunto que surge, por causas que aparentemente tengan que ver con las insuficiencias de nuestra Democracia. Pero una vez que llega a nuestro país, eso sí, crea una crisis de proporciones colosales que pone en evidencia fallas, falta de control en la expansión y el tratamiento, que sí tiene relación con algunos aspectos de nuestro sistema democrático. (¿Cómo se toman las decisiones, en base a qué necesidades y cómo se aplican?)
Durante la resolución de este tipo de crisis suele suceder que, en el marco de los asuntos públicos la forma de plantear, debatir, tomar decisiones y ejecutarlas, puede ser diferente de lo que ocurre cuando la situación es de “mayor normalidad”. Se dice que situaciones excepcionales exigen decisiones excepcionales. Los países con más tradición democrática que el nuestro, que apenas lleva cuarenta años, con algún sobresalto, tienen recursos para afrontar estas situaciones, más que nada porque han pasado por situaciones difíciles (guerras, procesos revolucionarios, crisis económicas y sociales…) que les han servido para mejorar el ejercicio de la política en el marco de un sistema que persigue garantizar la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y la prosperidad, procurando articular estas metas de forma equilibrada.
Nuestro caso desafortunadamente no es éste. Aquí, los que gobiernan suelen usar su poder para convencer a los ciudadanos que su gestión no tiene fallos y que todo estaba previsto y se está haciendo bien, de acuerdo con los parámetros democráticos en vigor. Los que se sitúan en la oposición, todo lo contrario: no sólo piensan, sino que afirman, que quienes nos gobiernan no merecen ni el nombre de gobernantes, vulneran sistemáticamente los preceptos democráticos y no hay que aplicarles otra cosa que la crítica acerba y el repudio sistemático. En palabras vulgares, hay que echarlos. La colaboración suele brillar por su ausencia. Es más, se considera deslealtad a los electores y traición a los principios de su concepción del ejercicio de la Democracia.
Parece claro que algunos aspectos de nuestra “joven democracia” exigen una reflexión profunda porque en mi opinión, deberían corregirse. Pongo algunos ejemplos: una mejor definición de las CC.AA y de la articulación de sus competencias con la Administración Central e incluso local, pensando en momentos de crisis agudas generales. Hay que asegurar que se accede a puestos de responsabilidad por capacidad, mérito y conocimiento de los temas y no por razones de partido. Creo que para estar mejor preparados habría que revisar las competencias y los recursos económicos de todos los niveles de la Administración Pública, asegurando el predominio de la transparencia del interés público y la cualificación profesional, en el ejercicio relativo a los derechos básicos: Sanidad, Educación, Atención social, entre otros… Así tal vez se evitase que se detraigan recursos económicos para favorecer negocios privados en esos campos. Por el contrario, pienso que habría que asegurar recursos y ejecución en los campos de la Investigación Científica (I+D+i), que en 2018, último año del que he conseguido cifras, estaba en el 1.24% del PIB (frente al 2.12% de la media de la UE) o la Cultura, que estaba en el año 2017 en el 0.06 del PIB, hermana pobre del quehacer público. De ambas habría que aumentar su importancia. Tendríamos que revisar el sistema impositivo para garantizar una definición equitativa en términos sociales y territoriales. Redoblar esfuerzos organizativos y económicos para garantizar las mayores cuotas posibles en la Educación Pública. Desarrollar formas de participación políticas más próximas a los ciudadanos y fuera del control exclusivo de los Partidos Políticos… Sería muy conveniente incorporar a nuestros documentos políticos fundamentales, un reconocimiento expreso de la diversidad (en términos culturales, sociales y políticos) y sobre la necesidad de definir formas de gobernar esa diversidad, mejorando su articulación con el resto de determinaciones sociales, políticas, culturales y económicas reconocidas en nuestro ordenamiento jurídico fundamental, para asegurar el afianzamiento de nuestras raíces democráticas. Definir fórmulas, que no habría que inventar, puesto que en una buena parte circulan en la práctica, como aspiración social, aunque tal vez por ahora sin reconocimiento expreso, fórmulas que nos hagan crecer como sociedad, como sucedió con la Constitución de 1978. Se admiten sugerencias bien fundamentadas sobre la base de las aspiraciones y derechos de todo tipo, que puedan someterse a un debate amplio, público e inteligible.
En el momento crítico actual, está por ver, no obstante, cómo se verá afectada nuestra Democracia. Imagino que el mayor peligro se producirá cuando aparezcan los carroñeros políticos, salvadores patrios, gente desesperanzada, defensores de la autocracia. Esto es un gran peligro pues ya hay personas y grupos políticos que, en la actual coyuntura, se manifiestan en contra de los valores esenciales de nuestra Democracia y muy especialmente de las Autonomías, que son una aportación original que nos ha permitido avanzar en los últimos cuarenta años. Por otra parte, están aquellos que creen que hay que modificar ya la Constitución, pero no saben muy bien, o no lo dicen, en qué aspectos, pero siempre recortando derechos y/o beneficiando el negocio privado frente a la actuación pública, o su quehacer público frente a los intereses generales. Mantener la cabeza fría no nos va a resultar fácil y hemos de pensar que todo el mundo tiene derecho a expresarse, aunque en algunos casos lo que digan algunos sean reediciones del modo de (no) pensar teocrático, fascista, negativista, anacrónico…
Hans Klue, Director Regional para Europa de la O.M.S. ha sintetizado cómo lo estamos haciendo en España en relación con la crisis sanitaria. Así ha dicho: “Estoy profundamente impresionado por el heroísmo de los profesionales sanitarios, la solidaridad de la sociedad española y la resolución del Gobierno”. A pesar de esto, tenemos políticos para los cuales todo vale con tal de incriminar a quienes toman decisiones, críticas que se hacen aplicando el principio universal (también en nuestra cultura) que dice: “Quítate tú para que me ponga yo”. Capaces de ver en cualquier acontecimiento, del tipo que sea, una oportunidad para organizar una estrategia política propia siempre de acoso y derribo al otro, con el objetivo de recuperar el poder perdido. Creo, sinceramente, que esto es una muestra de la desesperación de los poderosos por recuperar las parcelas de poder que les han sido arrebatadas en contiendas absolutamente democráticas. Frente a ello, la defensa del ejercicio de la Democracia, incluso en la versión que conocemos, perfectible sin duda, debería ser un objetivo prioritario. Aun siendo conscientes de sus fallos y limitaciones, debemos de defenderla ahora. Esta locura del ataque permanente, alimentada por elevadas dosis de testosterona, tiene un objetivo claro: recuperar el poder perdido e impedir, a toda costa, que la Democracia avance corrigiendo el sistema vigente por otro menos favorable a sus intereses. Nadie les iba a decir a nuestra casta de poderosos nacionales, que el principal enemigo que ahora tienen, es un organismo de un tamaño de entre 80 y 220nm (nanómetros). Es decir, infinitesimal. Este organismo, cuando ataca, entre sus criterios para la elección de la víctima no parece figurar la condición de ricos, poderoso o pobre, pero la realidad es que aunque suele atacar más a estos últimos, que suele estar con estados carenciales generales o dolencias previas favorables a la virulencia o gravedad del ataque, y por ello menos protegidos, sus consecuencias afectan también a los poderosos. Las consecuencias, de todo tipo, de esta pandemia, sobre todo las económicas, están suponiendo una alteración profunda de las características del sistema que nadie sabe hasta dónde pueden llegar. Eso tiene hiper nerviosos a los poderosos que ven cómo algunos remedios puestos en marcha por los que gobiernan, pueden terminar afectando a sus bolsillos. Y así va a ser con toda probabilidad, porque de algún sitio hay que sacar los recursos necesarios. Un endeudamiento sin una presión fiscal adecuada, equilibrada, además de no ser de utilidad, no generaría confianza en los prestatarios.
Los Medios de Comunicación
Otro asunto no menor sobre el que habría de reflexionar en este momento, se refiere a los Medios de Comunicación. Sobre todo, a los grandes Medios, cuyos nombres están en la mente de todos. Los Medios de Comunicación que, al socaire de informar sobre la verdad, con demasiada frecuencia, están siendo acreedores al más justo nombre de “Medios de Manipulación”.
La libertad de expresión es uno de los derechos fundamentales de la Democracia, goce ésta de solera o sea de nuevo cuño, como la nuestra. Hay que rendir homenaje a la labor de difundir la verdad que se ha practicado en nuestro país, durante esto últimos cuarenta años. Pero también hay que señalar el proceso de defensa a ultranza de los intereses económicos, propios o representados, en algunos medios, que han llevado a situar esos intereses por delante de la objetividad en la información. Proceso tal vez más visible en estos momentos. Deberíamos hacer un uso respetuoso en relación con las formas que aseguran debates constructivos y “elevadores” de los necesarios niveles de expresión y buena información. Todos hemos observado que, durante esta crisis, algunos medios además de decantarse por una opción política determinada, han devenido “carroñeros” en sus contenidos y “chabacanos” en sus formas. La continua y machacante referencia a las desgracias de esta guerra, llegan a desinformar con tanta predilección por la desgracia, el drama y las peleas entre los políticos sobre la forma de enfrentar el problema. Entre estos medios incluyo, claro está, determinadas versiones de las denominadas redes sociales, hasta el extremo de hacerlas colaboradoras de la aparición de una crisis informativa que se une a otras, de salud, en primer lugar, pero también, social, económica, política… Contribuyen así, a que aumente la extensión y gravedad de la situación general. Este es un campo en el que se necesita, en mi opinión, una amplia regeneración. No se trata sólo de una cuestión de “oficio” sino también de veracidad y honestidad informativa.
Pandemia y Medio Natural
Esta pandemia ha surgido coincidiendo con un debate, cada vez más amplio, sobre las grandes alteraciones del Medio Natural durante las últimas décadas (véase en los últimos tiempos las numerosas señales de un cambio climático, causado por una actitud depredadora). Una cuestión hay que altera nuestro pensamiento. Tal vez sea sólo una hipótesis. Resulta que cuanto más claras parecían algunas cuestiones en relación con las modificaciones en el Medio Natural, cuanto más evidente se hacía, en nuestros días, el cambio climático en todo el orbe, por causa de nuestro destructivo comportamiento en relación con la biodiversidad. En ese momento “procedimental” surge este nuevo azote, la pandemia del coronavirus. ¿Una mera casualidad? En la coyuntura actual, lejos de acabar, hay cientos de miles de seres humanos enfermos y miles de fallecidos por su causa directa, sin que se vislumbre aún un remedio eficaz. Como señala Esteban de Manuel, Las pandemias, nos dicen los expertos en salud de la OMS y en alimentación de la FAO, están fuertemente vinculadas al retroceso de los ecosistemas naturales y a la presión de la ganadería industrial sobre los animales. Nos advierten de que es preciso cambiar el paradigma agroalimentario.
Según este punto de vista, algunos de los principios que rigen las prácticas del sistema capitalista respecto al Medio, han contribuido en buena medida a desencadenar la tragedia. La destrucción de hábitats por las actividades humanas, que está causando, por unas u otras razones, una extinción masiva de especies, está detrás del origen y la expansión de enfermedades infecciosas que afectan a personas. Algunas en forma de pandemia como la actual COVID-19.
El 75% de las nuevas enfermedades humanas surgidas en los últimos 40 años tienen su origen en animales, calcula la Organización Mundial de la Salud (OMS). El virus SARS-CoV-2 es uno de ellas. Pero no la única,( estarían el Ébola, el Nipah, el Mers ,el virus del Nilo, entre otras) como vemos ahora. De hecho, dos tercios de todos los tipos de patógenos que infectan personas son zoonóticos, es decir, saltan, sobre todo, de un animal a un ser humano. «Esta crisis sanitaria está muy relacionada con la destrucción de la naturaleza. La pérdida de naturaleza facilita la proliferación de los patógenos», resume el director de Conservación de WWF, Luis Suárez.
La desaparición de ecosistemas a gran escala, la eliminación de cientos de miles de especies, la deforestación acelerada y el comercio globalizado de animales silvestres (muchos para consumo humano) han sido señalados como motores de la multiplicación de estas infecciones entre la población. (Raúl Rejón) Diario.es 13/04/2020.
Así pues, hay que entender que el beneficio económico es la base del sistema actual y la razón de su expansión. Parece que, en nuestro caso específico, también fue la obtención de un beneficio económico privado, la motivación para favorecer en los últimos años en las CC. AA el debilitamiento del Sistema Sanitario Público, entregando competencias y recursos, al dominio de lo privado, para facilitar el negocio, que en el ámbito público siempre tiene más dogales. Esta entrega de competencias también se hacía sobre la base de disminuir los recursos públicos, pues “no había para todo”. Cuando ha habido que actuar frente a la pandemia, el sistema público, primera línea de ataque, mostraba carencias graves: insuficiencia de centros sanitarios, falta de personal, escasez de medios de todo tipo, desde los más sencillos (guantes y mascarillas, camas) hasta otros más complejos como test o UCIs, o respiradores, por no hablar de los centros de atención o de investigación. Visto desde fuera, un desastre suplido a duras penas, por el saber hacer y el esfuerzo del personal sanitario, disminuido en su número respecto a lo que debería ser si las cosas hubieran evolucionado como deberían, con la más que probable y necesaria atención médica en una población tan envejecida como la nuestra. La complicidad en el despropósito es aún mayor si conocemos que una parte importante de la producción de los medios que necesitamos, fue deslocalizada a otros países (China, sobre todo, origen del virus) que es adonde hay que ir a buscarlos ahora. Esto último nos llevaría incluso a reflexionar sobre algunas desventajas evidentes de la globalización económica y su impacto sobre la naturaleza y las sociedades
¿Servirá esto que nos está pasando para que nuestros dirigentes reflexionen sobre las relaciones, muy complejas, por cierto, entre la vida, la naturaleza y nuestras acciones con impacto sobre uno y otro dominio? Pues en Andalucía parece que conducen a mucho más de lo mismo o a todo lo contrario. El gobierno de la Junta de Andalucía, ha aprobado el Decreto Ley de Mejora y Simplificación de la Regulación para el Fomento de la Actividad Productiva en Andalucía. Este decreto interviene 27 normas existentes, de todo tipo, para simplificar la tramitación en varios asuntos, muchos con impacto territorial, así normas territoriales de carácter global, como los planes de urbanismo, la concesión de licencias de obras para actuaciones de gran impacto como campos de golf o grandes superficies comerciales…todo tendente a facilitar implantaciones de amplia repercusión sobre el territorio, eliminando o dulcificando los controles por la vía de simplificar plazos y trámites. Probablemente Sus Señorías han previsto el futuro del territorio andaluz con mayor clarividencia que los expertos y conocedores de las necesidades del territorio ¡Viva la Naturaleza y sus protectores políticos!
Algunas ideas muy breves a modo de conclusiones
Esta crisis ha puesto al desnudo fallas anteriores, no corregidas, que mantienen su vigencia y que ahora nos pasan factura. Nuestros dirigentes no prestaron atención a las evidencias científicas de la actuación humana sobre el Medio y a sus consecuencias, hasta que ahora los males que anunciaban esas conclusiones nos están golpeando y paralizando. Por otra parte, y a un nivel más concreto, también se ha puesto al desnudo que fue un grave error hacer recortes en el necesario gasto en Sanidad Pública. Contradicciones tan elementales como que cuando necesitamos algo tan simple como los test indicadores, mascarillas de protección o respiradores, nuestro sistema público carece de capacidad de respuesta, porque no se hicieron reservas y además hemos deslocalizado nuestra industria, dejado la fabricación fuera de nuestras fronteras, en buena parte en manos de China, por cierto.
A pesar de todas estas evidencias, resulta que muchos políticos no reconocen estos errores de gestión y los discuten hasta el infinito. Nadie con formación mínimamente científica debatiría las consecuencias relativas al abandono de la presencia pública en un sector tan delicado como el de la salud o el maltrato a la Naturaleza, pero aquí en España hay gente especializada en negar esas consecuencias y en la construcción de “noticias” o de “información pseudocientífica”, dirigida a eximir a los responsables de estas acciones de responsabilidad alguna. Pues en el fondo y en la forma, se trata de garantizar negocios privados. Hicieron el suyo al apostar por esos antónimos de salud pública y Naturaleza… ¿Qué responsabilidad hay en ello? No reconocen nada de lo que hicieron. Incluso defienden con argumentos seudocientíficos su quehacer en el pasado, Eso se llama Ideología, pura ideología, pseudo saber que no es consciente o no quiere reconocer de quién es su dependencia (M.Horkheimer). Es decir, en palabras más sencillas, tratan de defender intereses particulares, que con frecuencia no se conocen por el gran público, y lo hacen a costa de cuestiones públicas que son del interés de todos. Por esa razón creo que deben ser identificados y denunciados.
Dejando al margen estas discusiones que, con frecuencia, es lo que nos pide el cuerpo, ante no ya la insensibilidad sino la complicidad de los poderosos, deberíamos centrar nuestra visión en bosquejar algunas ideas que tengan que ver con una visión social de “salida de la crisis”, pues como dice Paul B. Preciado, la salida no puede ser sólo la vuelta a la normalidad anterior, pues esa normalidad es en muchos aspectos la fuente de los problemas y no el nido de las soluciones. (*)
Una idea fundamental que debería presidir la búsqueda o definición del modelo de sociedad por cuya implantación
(*) Algunos de los conceptos y afirmaciones, contenidas en estos párrafos, se basan en ideas contenidas en Diario El País, 3 mayo 2020. Ideas. El futuro después del Coronavirus.
deberíamos luchar, es que este modelo, ya se ha dicho repetidamente a lo largo de este texto, debería estar fundamentado en el respeto y el equilibrio de la diversidad social y natural, en sus expresiones más fundamentales (que aún debemos establecer con la mayor precisión).
Las nuevas solidaridades que hay que fomentar y reconocer en la sociedad futura post pandemia, deberían partir de acuerdos formales o informales entre las diversidades existentes.
También es un hecho que se nos configura como una aspiración, que debemos ser capaces de construir una sociedad más solidaria, pues ha quedado claro ya que nuestro bienestar individual depende del bienestar colectivo (Juan José Ruiz). Ha bastado la aparición de este microscópico y expansivo organismo (¿) para que entrara en crisis profunda un modelo basado en la segmentación, la meritocracia y la competitividad a ultranza, la búsqueda del placer individual y demás espejismos sociales. Habría que buscar nuevas solidaridades como nos dice Michael J. Sandel y nos recuerda también Pepe Mújica, para que esta crisis resulte una llamada a nuestra calidad de seres humanos.
En este sentido, como señala Daniel Innerarity, la sociedad futura debe basarse en un nuevo contrato social intergeneracional, una de las diversidades que apunto. Acuerdo, por simplificar y poner un ejemplo, entre viejos y jóvenes, ambos grupos con inquietudes diferenciadas. Para lo más viejos, la irrupción de las enfermedades, con la fuerza que lo ha hecho el Covid19, ha sido por la falta de preocupación social y no por su responsabilidad. A los jóvenes les preocupan cuestiones que siendo globales les afectan en el transcurso de sus vidas, como la destrucción del Medio, el cambio climático, la obtención de trabajos dignos, la creación de una familia, el acceso a la vivienda y a los servicios sociales, los aspectos relativos a la movilidad… Aspectos todos talvez necesitados de acuerdos entre unos y otros colectivos.
Hay otras muchas cuestiones sobre las que había que reflexionar y hacia las cuales dirigir nuestras acciones. Cuando surgió este azote, ya se venían poniendo en evidencia otras formas de ver y usar nuestras ciudades, redescubriendo y en algunos casos recuperando, para el uso y el disfrute peatonal, espacios públicos que antes no eran sino el escenario de modos de transporte contaminantes y devoradores de esos espacios de valor, como el vehículo automóvil particular o el abuso de la publicidad y otras formas de apropiación privada. Sobre esa idea deberíamos trabajar: conseguir más y mejores espacios públicos que nos permitan el desarrollo de actividades locales de proximidad, desde el ocio solidario al consumo o a los servicios básicos (salud, educación…) (Marta Serrano) Deberíamos esforzarnos por diseñar una ciudad para la vida social en la calle, haciendo compatible la ciudad próspera con la ciudad ecológica (Richard Sennett) que respete todas las formas de vida. Una ciudad diversa gobernada por el principio de la compatibilidad de las diversidades y que debería estar presidida por la sana obsesión de mejorar sustancialmente todas las funciones que la condicionan: el vivir, el trabajar, el moverse, el relacionarse… y la propia forma arquitectónica y urbanística de crecer y transformarse (Luis G. Tamarit)
Por añadir más madera a la caldera, deberíamos perseguir una vida más modesta pues disponemos, en general, de recursos suficientes que nos facilitarían esa forma de existir más contenida (Slavoj Zicek) en lo consuntivo. También deberíamos introducir cambios en nuestras formas de concebir la economía, dentro del triángulo de lo posible, lo necesario y lo accidental (Stephan Lessenmich) olvidando esa carrera loca que convierte, vía el consumo desenfrenado y descentrado, lo innecesario en sustancial. Pensemos, por ejemplo, como plantea Pedro Bravo, en la forma que le hemos dado al desarrollo del turismo en todo el mundo y muy especialmente en nuestros países, y que este desarrollo haya sido un factor de contexto favorecedor de la expansión de esta peste moderna, sobre todo entre nosotros europeos, donde casi todo vale con tal de obtener la mayor cantidad de recursos y de generar cualquier tipo de empleo, aunque sea efímero y de baja cualificación, en actividades del Turismo, para mayor placer(!) de nuestros millones de visitantes.
En fin, retornando al principio, flaco favor haríamos a las víctimas de esta catástrofe social y económica y a nosotros mismos, si nuestra aspiración fuera volver a la normalidad anterior y no aprovechásemos para tratar de reconstruir nuestra sociedad sobre otras bases más justas, humanas y ecológicas. No sé si hay voluntad política de hacerlo, pero ideas hay en todos los campos. Me refiero a aquellas ideas que tratan de ayudar a construir alternativas al modelo actual, ideas que se definan y ensayen a partir de las circunstancias sociales, económicas y territoriales del lugar para el que se construyan. Véanse por ejemplo las ideas de la pensadora brasileña Eliane Brum, sobre la necesidad de escuchar a representantes de otras culturas, no sólo la occidental dominante. Si las “nuevas ideas” no están basadas, o al menos impregnadas de esas realidades ajenas concretas, las acciones para reconstruir serán para hacer “más de lo mismo”. Insisto en la dimensión territorial de cualquier reflexión sobre lo alternativamente posible.
En las ideas que ha contribuido a la creación y sobre todo a la expansión del pensamiento capitalista, se ha considerado que el paso de la visión o dimensión territorialmente local a universal, era siempre un avance en la Historia de la Humanidad. Parece que lo era sobre todo en la progresión del sistema capitalista, que aseguraba la implantación global de leyes universales, de mercado, que hacían más difícil la resistencia a las mismas desde la dimensión local. Ahora deberíamos recuperar, en muchos aspectos, esa dimensión territorial local para construir un sistema más justo y más humano.
Luis González Tamarit
19 de septiembre 2020