Gestionar la diversidad, gobernar la diferencia

La formulación de utopías y su persecución

nos permite caminar, avanzar.

E. Galeano

 

Este lema, que preside esta web desde su origen, constituye ahora, por las circunstancias políticas y sociales que vivimos en España, una cuestión de urgencia. Ha sobrepasado el concepto de necesidad para convertirse en asunto prioritario.

Cuando surgió este foro, allá por junio de 2009, lo hizo como un intento de contribuir a la reflexión y al debate sobre los cambios que se estaban produciendo, en el marco del imparable proceso social de diversificación. La diversidad, se decía, es un hecho que nos obliga a pensar en cómo definirla y en cómo gestionarla, es decir, cómo integrarla de forma eficaz en nuestras prácticas culturales, sociales, políticas, especialmente, lo sigo manteniendo, en el marco de la ciudad actual, con el objetivo de extraer de la diversidad todas sus virtudes, sus semillas del cambio. Entonces se decía que “de lo que se trata en este foro es de efectuar aportaciones que nos ayuden a todos a entender mejor esta semilla de cambio social y urbano que es la diversidad”.

Han pasado ocho años y lo que entonces era, tal vez, un tema de debate teórico, se ha convertido ahora, a finales de 2017, en una urgencia social de dimensiones inmensas. Diversidad, entendida como la existencia de un amplio conjunto de necesidades, intereses, aspiraciones… de diferentes colectivos sociales que exigen respuestas concretas a sus circunstancias. En los últimos diez o quince años, estos colectivos se han incrementado o, existiendo ya, han tomado conciencia de su situación y han comenzado a organizarse y expresarse. Hoy tendríamos que hablar de mujeres, inmigrantes, jóvenes, jubilados, parados, trabajadores precarios, urbanitas militantes, gentes del mundo del arte y de la cultura, ecologistas, ciclistas… Entre ellos mismos, además, puede haber diferencias generacionales, culturales, laborales, existenciales… que, con frecuencia, los hacen sentirse específicos y distintos de los demás, aunque no necesariamente antagónicos. La brecha entre ellos y la definición oficial de la realidad, probablemente, no ha dejado de crecer. Desde la concepción que anima esta web, no  se ha gestionado adecuadamente esta diversidad y la tensión resultante, que ya se anunciaba y que ahora comienza a manifestarse, adquiere en algunos casos el carácter de explosión, que puede dar al traste con las formas establecidas de gobernar lo público.

Es verdad que nuestro país hizo, hace ya cuarenta años, un enorme esfuerzo por arbitrar formas legales, políticas, institucionales, para articular compromisos entre los grupos sociales diversos de aquella época, con un predominio inicial muy grande de lo político. El resultado ha sido un largo período, sobre todo para lo que se estila en nuestra Historia, de progreso social y político, en el que naturalmente no han faltado episodios de crisis. La más grave, la de mayores consecuencias, la que se generó por las dificultades económicas originadas a partir de 2009 y en la que todavía seguimos inmersos.

Desde este punto de vista, no es justo afirmar que la Democracia del 78 fue la continuación del franquismo por otros medios. Sí creo que es acertado decir que algunas cuestiones fueron cerradas provisionalmente en aquella solución pactada y, con el paso del tiempo y los cambios sociales, se ha puesto muy en evidencia la provisionalidad de algunos compromisos.

Hoy la situación es muy diferente. En toda Europa es así. Incluso los países con más larga tradición de pacto social están pasando graves crisis de integración nacional o de relaciones internacionales.

En nuestro caso, la España actual se parece pálidamente a la sociedad de finales de los setenta. Creo que si hubiera que definir a nuestro sistema social actual, deberíamos utilizar el adjetivo de diverso, crecientemente diverso. La tesis de este escrito es que esta diversidad está afectada de mala gestión a muchos niveles: sociales, políticos, territoriales, incluso culturales.

Este desajuste entre sociedad crecientemente compleja e instituciones con dificultades para ofrecer respuestas, está provocando la emergencia de graves conflictos que pueden dar al traste con las fórmulas diseñadas en aquellos años. Dicho de otra forma: las leyes y las instituciones que han gobernado este país durante los últimos cuarenta años están entrando en una fase de cuestionamiento que, en mi opinión, se acentuará en los próximos tiempos. No quiero referirme sólo al caso de Cataluña, cuya crisis es muy antigua y probablemente no se cerró bien en el 78 y, además, creo que es la manifestación de un desajuste más profundo. Estoy pensando en otras tensiones entre diversidad actual, muy variada y activa, y las formas de gestionarla, que se han vuelto obsoletas.

La Democracia es un valor universal y absoluto, pero en cada época hay que formularla de acuerdo con las propias circunstancias. Ese es también nuestro caso. Aquí, naturalmente además, este desajuste hay que salpimentarlo con buenas dosis de corrupción de la clase política, que no es sólo una anécdota, sino que forma parte de su esencia y manifiesta la ineficacia del modelo político y social, en el que medran grupos y personas que deberían estar fuera de la vida pública, cuando no entre rejas por decencia democrática. Incluso el propio ejemplo de la clase política muestra la incapacidad para gestionar la diversidad. A los cargos públicos ya no llegan, como en otros tiempos, personas que emergen del seno de esos grupos diversos por su relevancia en la defensa de derechos ciudadanos, sino personajes criados en el marco de los aparatos de los partidos de cualquier orientación ideológica. Este hecho contribuye poderosamente a la imposibilidad de conocer, afrontar y asumir los cambios que la diversidad engendra. Sustituye el esfuerzo para comprender los procesos de cambio, por la pelea partidista, incluso en el seno de una misma formación. Más que penoso, habría que decir que es un hecho incapacitante.

Hasta aquí un diagnóstico que, aún en apunte, muchos pueden asumir. Y, ante este estado de cosas ¿qué hacer?

No corresponde a este pequeño rincón del pensamiento ofrecer fórmulas magistrales, que aún no existen y que deben construirse de forma colectiva y no de forma arbitrista, otro de nuestros males nacionales.

Pero sí me atrevería a sugerir algunas ideas que tal vez pudieran ayudar a pensar en medidas que se podrían acometer para cambiar la situación actual. Medidas amparadas en nuevas fórmulas de gestionar, gobernar, la diversidad con criterios de articulación, respeto, transparencia y ejercicio democrático permanente y no formal o esporádico.

Un primer asunto sobre el que habría que reflexionar es, sin duda, el propio hecho de la diversidad. Hay que categorizarla en nuestra sociedad ¿En qué consiste? ¿Cuáles son esos colectivos representativos que, de forma permanente u ocasional, expresan circunstancias sociales, políticas o culturales que los constituyen en colectivos que forman parte del mundo de la diversidad? Además, debe pensarse que la diversidad puede ser transversal, es decir, que esos elementos de unión pueden incorporar en momentos concretos a integrantes de diferentes colectivos, unidos ante una reivindicación o manifestación concreta. Tan importante como saber quiénes son, es conocer por qué son diversos. Cuáles son los intereses, expectativas, reivindicaciones o expresiones de su identidad. En realidad, esta es la clave para categorizar la diversidad social.

Sin pretender ningún carácter de exhaustividad, sino de simple ayuda para hacer una taxonomía, podríamos indicar a algunos de estos colectivos:

– el colectivo femenino o mejor el género femenino que, a pesar de los avances en los últimos cuarenta años en relación con el respeto y la igualdad , aún está sometido a discriminación y violencia. En el marco de sus luchas y a través de sus propuestas, se ha ido creando un conjunto de ideas que puede hacer avanzar a nuestras leyes y a nuestras instituciones.

– los jóvenes. Por tales habría que entender las personas de menos de 35 años, cuyos horizontes vitales se han visto profundamente alterados por múltiples razones: crisis económica, exclusión de la vida social y política, inclusión en modelos laborales y sociales crecientemente competitivos en detrimento de comportamientos más colaborativos, marginalización creciente de sus prácticas culturales, ausencia de referentes morales y sociales válidos a nivel país, dependencia creciente de la cultura definida en el marco de las redes sociales, sobre todo informáticas… Me informan amigos catalanes, residentes allá, que uno de los factores que más ha contribuido al conflicto actual, es el hecho de que los jóvenes de menos de treinta y cinco años hace tiempo que habían desconectado del marco España y estaban participando en la creación, dirigida o no, de un modelo alternativo nacional propio. Confían en crear nuevos cauces para lograr muchas de sus expectativas de justicia, igualdad, solidaridad, fraternidad… que consideraban imposibles en el marco “español”. A ese intento se le considera subversivo y utópico sin más. Como si utópico fuera un descalificativo.

– los parados de larga duración, cuya marginalización creciente del mercado laboral parece abocarles a la generación de comportamientos económicos propios, de pura subsistencia. Se alejan así del río principal cultural y social de la sociedad y van elaborando una alternativa propia en el marco de lo que eufemísticamente se denomina “el autoempleo o el emprendimiento”, aún marginal, de organización de la vida económica y social. A veces, todo hay que decirlo, en los márgenes de la legalidad y la moral comunes.

– los profesionales de servicios públicos, hoy cuestionados no sólo por efecto de la crisis económica, sino también por la implantación de un modelo de orientación privada. Tales son los sanitarios, enseñantes, funcionarios de variada condición, que se oponen como colectivos al desmantelamiento de los mecanismos de inclusión del Estado de Bienestar. Su resistencia es semilla de creación de modelos alternativos de servicios públicos.

– los inmigrantes. Un mundo extraordinariamente complejo y diverso, muy condicionado por su origen y sobre todo por los modos de integración en la “sociedad de acogida”. Esta complejidad es el resultado de una gran diferencia étnica y cultural que puede ser semilla de cambio. Todos aspiran a una vida tan regular como la nuestra y participan de nuestros mismos códigos morales y éticos. Su máxima aspiración sería llegar a una integración laboral y social, pero manteniendo sus valores culturales propios. Debemos aceptarlo y pensar que, desde muchos puntos de vista, pueden contribuir poderosamente al cambio.

Esta lista no es más que un ejemplo de colectivos diversos cuyas legítimas aspiraciones e incluso las prácticas que desarrollan, con frecuencia en territorios sociales de frontera, empiezan a cristalizar en comportamientos más amplios, que encierran ideas que pueden ser semillas de un cambio más general. La relación podría alargarse con otros colectivos tan fundamentales como los apuntados: jubilados, profesionales de diversos ámbitos, ecologistas, pequeños empresarios y autónomos, trabajadores precarios, investigadores científicos… El propio lector puede añadir los suyos y aplicarles el método de análisis que se indica.

Ya se ha apuntado más arriba que lo fundamental, lo que de verdad categorizaría la diversidad, sería identificar, además de aspectos como las formas organizativas que estos colectivos han generado, las ideas que persiguen su funcionamiento como colectivo que aspira a cambios en varios dominios: la legislación, la política, las normas sociales…

Deberíamos ser capaces de observar estos colectivos y sus características, con una visión global, integradora, para  tratar de obtener aportaciones que sirvan para un cambio profundo de nuestro modelo social, político, cultural, legal, económico. La idea sería no sólo identificar problemas específicos para diseñar soluciones ad hoc. Esto ya se viene haciendo con mayor o menor fortuna. Ahora se trataría de identificar lo que, de verdad, por común y proactivo, aportaría la diversidad presente para ayudar a establecer, de forma colectiva, un nuevo acuerdo social que nos permita avanzar durante las próximas décadas, como ya sucedió en el pasado, pero ahora con una sociedad organizada a partir de nuevos grupos, nuevos intereses y nuevas prácticas sociales. Por decirlo en palabras propias de este blog, tenemos la imperiosa necesidad de definir un nuevo marco de gestión de esa nueva diversidad, que es la característica más novedosa de nuestra sociedad.

¿Cómo se puede acometer esta tarea y por parte de quiénes? Empecemos por lo segundo, el quiénes. Debemos alejar de nosotros la tentación de pensar que nuestros dirigentes actuales, la mayoría, puedan acometer esta tarea. No existe ya confianza en ellos. Han agotado su crédito, en algunos casos ampliamente. Además, siempre serán resistentes a un cambio que puede amenazar sus intereses personales o los de su grupo político. Incluso un posible cambio lo considerarán como una amenaza para el conjunto de la sociedad y actuarán en consecuencia, obstaculizando, frenando, reprimiendo y persiguiendo, quemando en suma esas semillas de cambio. Por tanto, habrá que encontrar nuevos líderes, otros referentes. En principio, no existe otro método que el de buscar donde se producen los procesos de transformación. De ese marco, como ocurrió en el pasado, salieron los que luego tomaron decisiones. Precisamente, el agotamiento sin remedio de nuestro sistema político radica también en el mecanismo de selección de los dirigentes. La mayoría viene de los aparatos de los partidos, con poca o ninguna conexión con la realidad. Esto ha empobrecido y bloqueado la salud democrática hasta los extremos que hoy vivimos.

Segundo y capital asunto, cómo acometer la tarea de impulsar cambios para ajustarse a las demandas de una sociedad tan diversa y dinámica que resulta difícil abarcarla con una sola mirada. En este asunto habría que empezar señalando algunos posibles errores. Ese trabajo no puede ser el resultado de un encargo a un gabinete o cátedra de investigación social. Aunque eso pueda ayudar. Con más cuidado incluso, hay que proceder con los gabinetes o secretarías de los partidos, por su directa responsabilidad en los bloqueos que vivimos. Todo el mundo puede aportar a partir de un conocimiento real de base científica. Los análisis y elaboración de propuestas deben salir del mismo ámbito donde los diversos agrupados y coordinados elaboran sus propuestas de mejora. Ese tiene que ser el núcleo duro de las formulaciones para el cambio. Se trata, como ya he dicho, de un trabajo colectivo, cooperativo, pacifico, democrático, que debe pretender la eficacia de las propuestas, aunque inicialmente resulten difíciles de llevar a la práctica. Llegar a proponer soluciones a una sociedad diversa, compleja y dinámica como la nuestra no es tarea fácil. Tampoco es aplazable por más tiempo.

P.D. Dejaremos para más adelante las consejas respecto a los ámbitos políticos, legales y sociales, en los que introducir los cambios. Asimismo, he obviado conscientemente la dimensión territorial de esta propuesta, entendiendo por territorial no sólo, ni principalmente, el marco de nuestras autonomías actuales, sino el más directo para los ciudadanos, el de sus propias ciudades, en las que el cambio en sus formas de gobierno y de gestión se hará también necesario. La diversidad bien gestionada contribuirá a crear hábitats más humanos.

Sevilla 6 de Octubre 2017

Luis González Tamarit

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