FEDERICO

El Tamarit tiene un manzano

Con una manzana de sollozos

Un ruiseñor agrupa los suspiros

Y un faisán los ahuyenta por el polvo.

FGL

 

Los veranos dan para hacer muchas cosas. Aparte de los tributos a las cansinas actividades del descanso, a veces se pueden hacer otras cosas que también alimentan el espíritu. Incluso a veces tal vez se pueden hacer otras cosas que alimentan el espíritu o nos abren nuevas perspectivas de cosas, hechos y personas.

El caso es que estaba pasando unos días de descanso familiar en la Vega de Granada. No lejos del sitio donde estábamos se encuentra Fuentevaqueros y el resto de lugares lorquianos de la Vega: entre ellos Valderrubio, la antigua Asquerosa, y algo más allá La Huerta de San Vicente y separada de ella por mor del progreso de las comunicaciones, vulgo la autovía, se encuentra La Huerta del Tamarit.

El caso es que decidimos acercarnos a Fuentevaqueros a conocer la casa natal del poeta. En ella vivió los primeros años de su infancia; luego se trasladó a Valderrubio, a unos pocos kilómetros.

La casa natal está primorosamente restaurada, conservando el mobiliario de época, con un espacio bajo cubierta, el antiguo desván, dedicado a sala de exposiciones. Fue en este espacio donde se me produjo, mutatis mutandis, lo que llamaría “mi caída en el camino de Damasco” respecto a la persona y la obra de Federico Gracia Lorca. Vaya por delante que el personaje y su obra no me son en absoluto desconocidos, pero nunca, nunca había tenido la oportunidad de tocar tan de cerca lo que Federico era e hizo. En suma, su significado en la Historia no sólo literaria de nuestro país.

He de reconocer que no sé que fue. Si el desvelamiento de los espacios tan íntimos del poeta, el sitio, La Vega, o las explicaciones del culto guía que nos acompañaba. Sufrí un choque brutal, que se agravó al visitar la pequeña exposición del desván, dedicada la “generación del 27”: las imágenes, los retratos y la breve reseña biográfica de personas como Jorge Guillén, Rafael Alberti, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, el propio Federico, Gerardo Diego, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre…aparecían allí. Su visión y naturalmente su significado, me produjeron en choque brutal, casi una convulsión. Al intentar añadir algo a las cultas palabras de nuestro guía que trataba de expresar, con notable acierto, la significación en nuestra Historia de aquel conjunto de gigantes, estallé en irremediables sollozos. Los compañeros de la visita se sobresaltaron porque creyeron de buena fe que me pasaba algo serio. Efectivamente me estaba pasando algo muy serio que se expresaba de forma externa. Había comprendido de golpe, en toda su extensión, con todas sus consecuencias, y no sólo literarias, la dimensión de aquel grupo, del que me atrevería a decir que Federico era uno de sus actores más activos.

Ya no pude seguir con normalidad la visita, convertido de golpe y porrazo a esta nueva fe literaria, me sobresaltaba con casi cualquier recuerdo del poeta: Sus recuerdos, su trágico final, el espacio físico, el paisaje de la Vega, en los que profundizar es siempre una aventura, imprescindible para comprender su dimensión poética y el verdadero almacén de sus recursos destinados a su obra literaria, poética y teatral, como si esa distinción tuviera sentido. En fin, todo me llevaba a expresar de forma emotiva lo que entonces se me hizo evidente: la mayor altura de Granada y tal vez de España entera, no es el Mulhacén o el Veleta, o al menos éstos deben compartir  ese mérito con la figura de Federico García Lorca, cuya obra poética  aún no ha sido superada, porque es muy hermosa y porque lo que nos trasmite al leerla, bulle en nuestro interior, pues toca directamente las ensoñaciones más profundas de nuestro ser, los sentimientos más hermosos, a veces dolorosos, de nuestra intimidad más honda. A partir de entonces la lectura de sus poemas se me hizo una forma de liberación de mis sentimientos, muy profundos también.

A modo de ejemplo, sin que supiera muy bien por qué´, Federico me llevó directamente a la figura y la obra de otro gran “granaíno”, amigo personal, desaparecido de forma muy prematura, trágica, en tiempos recientes, el arquitecto Antonio Jiménez Torrecillas del que disponemos, para nuestro disfrute intelectual, de algunas obras del arte arquitectónico de una gran diversidad, notables para la ciudad y para el país entero.

En fin, aunque se trate ensoñaciones de alguien que va para viejo, no dejen ustedes de caminar para la Vega, de pasear por sus choperas, de adentrase en sus campos cultivados de buscar joyas como la “Torre de Roma”, esa joya del arte nazarí, perdida en la propia Vega. De contemplar y poder disfrutar de un espacio con una gran diversidad, por el que han transitado desde alarifes musulmanes hasta poetas contemporáneos, durante casi mil años, sin solución de continuidad.

 

Deja un comentario